Durante décadas, uno de los rasgos distintivos de la UE ha sido la fuerza con la que su ejecutivo hacía cumplir la legislación de la UE.
Con la autoridad y la voluntad de demandar regularmente a los gobiernos de los Estados miembros por incumplimiento, el poder de la Comisión como «guardián de los Tratados» no tenía parangón entre las organizaciones internacionales, y se asemejaba más a lo que cabría esperar del ejecutivo de un Estado federal.